Diario de la guerra del taxi

La experiencia de tomar un taxi en cualquier gran ciudad del mundo suele ser azarosa. La calidad del servicio y la actitud del conductor son los problemas citados con más frecuencia. Eso es normal en Chicago donde, por décadas, el taxi fue la única opción de transporte individual de paga para quien no quería o no le convenía el transporte público.

En los últimos años, los modelos económicos han cambiado de forma acelerada. Uno de los modelos de mayor pujanza es el de los servicios compartidos. A disposición del individuo hay ahora cosas como bicicletas o automóviles privados que ofrecen alternativas de transporte.

Dos empresas de ride share en particular (Uber y Lyft) se han convertido en centro de la controversia porque su misma existencia amenaza la viabilidad del viejo modelo, representado por el taxi.

Esa economía se mueve y crece tan rápido que es difícil el análisis. Sabemos esto: del lado negativo, los empleos creados por ambas empresa son cuestionables. No hay beneficios ni planificación de retiro, y todo el riesgo corre a cargo de quien pone el auto. El modelo especialmente agresivo de Uber se inserta, además, en un contexto general de ataque contra los sindicatos y las protecciones laborales.

Pero veamos también el lado positivo: en una economía que se recuperó sin crear mucho empleo tras la debacle de 2008, el modelo ride share ha dado trabajo a miles y miles que se quedaron fuera del mercado, en especial a mayores de 45 años que difícilmente encuentran reinserción en trabajos pensados para empleados más jóvenes.

Los gobiernos municipales, y las autoridades financieras, no saben bien todavía cómo abordar el tema de la economía compartida y dan bandazos. Hay ciudades que han prohibidos los ubers, y otras como Chicago que están aceptándolos de forma creciente, aún a costa de enfrentar la ira del sector taxista.

El consumidor se ha visto beneficiado de esta competencia. En general, paga menos cuando viaja en vehículos de esas compañías y obtiene un mejor servicio. En teoría, eso debería incentivar a las compañías de taxis para agilizarse, mejorar su servicio, entrenar mejor a los choferes. Y el consumidor tiene posibilidad también de evaluar a su proveedor de servicio, cosa imposible con un taxi.

Hay urbes como la Ciudad de México donde tomar un taxi puede ser peligroso. Ahí, estos nuevos servicios han sido bienvenidos.

En Chicago, queda mucho por ver. La manera de entender el transporte de masas y la economía de servicios están viviendo cambios profundos. Pensemos en el impacto que sobre la economía hotelera han tenido servicios como AirB&B. La resistencia del taxi al cambio puede parecer socialmente justa, pero también puede ser una lucha banal.

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